"Le susurraron que mire hacia el cielo y en las estrellas encontró consuelo.
Pero sometimes está nublado.
Pero las estrellas están muy lejos."
—Estoy bloqueado —dijo el escritor, no podía seguir escribiendo sin nombrarla.
Pensaba que estaba dando demasiadas vueltas.
Que se sentía una mosca pero con menos propósitos.
Que se sentía como el humo de su tabaco pero que no podía desaparecer.
Ni volar.
—Si tuviera alas —pensó.
Abriría sus alas y volaría hacia el cielo.
Y en lo alto cuando ya no escuche el ruido de la ciudad, las cerraría.
Que se sentía como las cenizas pero que no podía estar ni en un cenicero.
Que se sentía como la araña del rincón. No como la araña. Como la mosca atrapada en su tela. Sin poder moverse. En la resignación consciente de su destino.
—Esa mosca no pelea.
El escritor dejó el lápiz a un costado de la hoja y apoyó su cabeza en la mesa. Se levantó de su silla y se dirigió hacia el baño.
Se miró al espejo.
Se vio en el espejo.
—Vos no reflejas nada —le dijo.
—Eso soy yo?
El escritor volvió a su escritorio.
El escritorio volvió al escritor.
Tomó su lápiz y comenzó a escribir:
"Tengo el frío de mil inviernos en mi cuerpo, si me tocan no pasa nada"
Y le tocaron el hombro y se erizó.
—Pero quién me tocó si yo estoy solo?
—Eso es lo que vos crees.
El escritor se dio vuelta y no había nadie allí.
Solamente su sombra, su silueta dibujada por la luz de la vela.
—Acaso estoy soñando? —Se preguntó el escritor.
—Si.
Salió a su balcón y sin pensarlo saltó. El impacto lo despertó.
Estaba en su escritorio. Tenía en un cuaderno escrito un par de frases que no recordaba haber escrito.
—Maldito alcohol —pensó mientras tiraba la botella vacía al suelo...
El dueño del bar le advirtió que si volvía a tirar otra botella al suelo lo iba a tener que echar.
Entonces le pidió que se vaya que ya era suficiente alcohol por hoy. El escritor se levantó de su banco y se alejó de la barra para dirigirse hacia la puerta de salida. Afuera llovía como de costumbre en el mes de Julio. La ciudad era fría y a la noche quedaba vacía.
"Las gotas en mi cara me recuerdan a sus besos.
No recuerdes.
No su nombre.
No su cara."
—Te tienes que olvidar —se dijo el escritor.
Debido a que estaba sumergido en sus pensamientos y a los efectos del alcohol no vio el semáforo en rojo y cruzó la calle. Un bocinazo lo alertó y despabiló.
Con sus manos ayudó a aclarar su vista y enfrente estaba el doctor...
—Así es, tienes una esquizofrenia aguda, no recuerdas nada, no sabes ni hace cuanto estas aquí.
El doctor apoyó su lápiz en la mesa y se levantó.
—Aguarda aquí, voy por un vaso de agua —le dijo el doctor.
El escritor tomó el lápiz del doctor y lo escondió en el bolsillo de su camisa.
—Bien, ahora vas a volver a tu habitación y mañana volveremos a tener otra sesión —de esa manera se despidió el doctor.
Al escritor lo tomaron del brazo dos enfermeros y lo acompañaron hasta su habitación.
En la soledad de su habitación, con las manos atadas a su espalda por seguridad se encontraba el escritor. El blanco de las paredes lo mareaba. Con un movimiento sacó con su boca el lápiz de su bolsillo. Lo puso lo más adentro de su boca que pudo. Se arrodilló y se precipitó hacia adelante. Su idea era que el lápiz, con el impacto en el suelo, le llegara a la garganta para que le corte la respiración. Su cara dio contra el piso y pudo sentir como el lápiz se le clavaba en la boca rompiéndole la faringe y llegando le casi a la tranque y al esófago.
Empezó a sentir el gusto metálico de la sangre que drenaba de su boca. Y pudo ver cómo contaminaba el blanco pulcro de las baldosas de su habitación con el rojo de su sangre. Y pudo sentir como el frío del piso se iba templando con el calor de su sangre y su cuerpo.
Tirado boca abajo en el suelo pensó en girar y contemplar por la ventana las 3 estrellas que podía visualizar.
"En las estrellas encontrarás el consuelo."
Ya era la mosca de de la tela. Ya se sentía el humo, ya se sentía cenizas. Ya sentía que podía volar.
—Estoy volando? —preguntó el escritor.
—Si.
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