"Ella solía tener ideas un poco extrañas como por ejemplo cuando me contó aquella vez que creía que sí dos personas se pensaban, una a la otra, al mismo tiempo, una estrella nueva se creaba en el cielo. Por más antinatural que eso sonara a ella no le importaba compartir ese tipo de pensamientos conmigo. Estas ideas no salían desde su ingenuidad, era como ponerle una almohada de plumas a la dura realidad de esa época, cómo suavizar las cosas. La guerra duraría unos años más y las noticias eran catastróficas entonces nos distraíamos mirando el cielo o inventando historias. Ella estimulaba mi imaginación y por momentos nos íbamos de paseo y nos alejabamos del mundo solo con mirarnos a los ojos, creando estrellas."
La escritora dejó el lápiz junto a su cuaderno y encendió un cigarrillo. Todavía seguía pensando en esa persona a pesar de que ya había escrito una montaña de cosas. Y se preguntaba si esa persona pensaba en ella también. No tenía formas de saberlo. Su consuelo siempre era el mismo.
—Estamos los dos en el mismo planeta.
Con la inmensidad del universo y la variabilidad del tiempo se sentía afortunada de coincidir con esa persona en la misma época y en la misma ciudad. No sabía ni su nombre ni conocía su cara. La realidad era que aún no la había conocido pero sentía que no podía estar sola para siempre. Sabía que en algún lugar de esa ciudad había alguien para ella. A veces la imaginaba y hasta dibujaba su cara en los bordes de su cuaderno. Algunas veces hasta inventaba su nombre.
Una sensación de ardor la sacó de sus pensamientos, el cigarrillo se había consumido en sus dedos y se había quemado con las últimas brasas de tabaco que lentamente quemaban la colilla. Apagó lo que quedaba del cigarro y tomó el lápiz nuevamente.
"De pronto empezó a llover, la lluvia que caía era una especie de prólogo a la tormenta que se avecinaba. Robin se encontraba a unas cuantas cuadras del hotel y presentía que la tormenta iba a llegar antes de que llegará al hotel.
—Maldita seas —maldijo Robin —por elegir un hotel alejado del centro, debería haber escuchado a Mike.
Su amigo Mike le había recomendado un hotel cerca de la calle principal de la ciudad pero Robin necesitaba tranquilidad por ello había alquilado una habitación en una especie de hotel que parecía más bien una pensión de las que hay en la ciudad vieja de la capital. La muerte de su pareja a causa de una enfermedad terminal la había dejado exhausta y decidió tomarse unos días afuera.
—Demonios —gritó Robin —mañana voy a leer el pronóstico del tiempo, nuevamente no me va a pillar el mal tiempo en la calle.
Recordó haber visto a unas pocas cuadras hacia el sur un pequeño bar que podía servirle de guarida hasta que la pase un poco la tormenta.
Debido a la intensa lluvia no se veía mucho excepto por las luces de los autos que pasaban por la calle y un pequeño cartel de luces de neón rojas y azules con la palabra bar. Desde afuera el bar parecía una casa común, el cartel de neón era la única evidencia de que allí se encontraba un bar. La puerta chilló cuando Robin la abrió para ingresar rompiendo con el clima que reinaba dentro del antro. El clima era espeso por el humo de los cigarros y la humedad típica de esa ciudad.
El lugar era pequeño, Robin no miro mucho alrededor. Solamente quería esperar a que termine la tormenta; la mesa de billar estaba vacía y solamente había un pareja de enamorados compartiendo una botella de vino en una de las mesas que tenía el bar. Robin se dirigió a la barra, detrás estaba un hombre de estatura media con un cuerpo grande, con la mirada tosca, un par de pelos mal peinados en la cabeza y un bigote que parecía un arbusto que escondía la cara de una persona que por sus rasgos parecía italiana.
—Estos Italianos están por todos lados en esta ciudad —pensó Robin.
Tomó asiento en uno de los bancos que había junto a la barra que al igual que la puerta necesitaba un poco de aceite.
—Que va ser Sra.? —preguntó el barman con un acento tan italiano como la pasta con salsa.
—Whisky, irlandés si tiene por favor —respondió Robin.
—Hielo? —dijo el barman.
—Si, dos piedras por favor —respondió Robin.
El barman se dio vuelta y desde la estantería tomó una botella. Giró nuevamente, tomó un vaso y lo apoyó en la barra en un movimiento casi ensayado.
Robin pensó que el bar llevaba abierto hace mucho tiempo.
—Usted no es de por aquí, verdad? —preguntó el barman mientras servía el whisky.
—Verdad —respondió Robin evidenciando que no quería platicar mucho.
El barman le arrimo el vaso a Robin por la barra de madera dejando en la madera, debido al hielo, la huella del vaso. Robin con la manga de su abrigo quiso secar la madera pero el barman lo anticipó, con un trapo viejo y sucio secó la barra.
—No se preocupe, muchas gracias —dijo el barman
—Disfrute su trago.
Robin asintió con la cabeza.
El bar era un lugar tranquilo a excepción de los enamorados que se encontraban allí, se escuchaba como se susurraba cosas amorosas el uno al otro. A Robin eso no le molestaba, se encontraba mirando fijo su vaso cuando de pronto el mismo ruido de cuando ingresó inundó el lugar.
Robin giró su cabeza y se encontró con una persona un tanto bajita con pelo castaño oscuro hasta los hombros y ondulado que chorreaba agua dejando todo el piso mojado.
—Espero que no le moleste el enchastre que estoy haciendo —le dijo al barman mientras se sacaba su abrigo.
—No se preocupe —respondió el barman.
Colgó su abrigo en el perchero y se acercó a la barra. Robin la vio pasar por detrás suyo y no pudo evitar girar y mirarle a los ojos para encontrarse con una de las caras más agradables que había visto en los últimos meses. Habían pasado 4 meses desde la muerte de su pareja.
La extraña tomó asiento junto a Robin y le dijo:
—Acaso se va a quedar mirándome toda la noche, inviteme a un trago.“
La escritora dejó el lápiz junto al cuaderno y encendió un cigarrillo más. Por unos minutos se quedó contemplando en silencio la luz de la vela.
—Qué atractivo es el fuego! —pensó —pero quema.
En esos segundos la tristeza la invadió nuevamente.
Si bien tenía esperanzas de encontrar a alguien se sentía desafortunada en sus momentos de crisis. No podía continuar escribiendo sobre aquel encuentro en el bar porque no se podía imaginar tal situación. No la podía sentir. Su último intento de conocer a alguien había fracasado por no poder olvidar su pasado.
Apagó el cigarro en el cenicero, tomó el lápiz y escribió la palabra "fin" en la hoja.